Las esculturas milimétricas de Calleja combinan crítica e inocencia, la ternura de sus reminiscencias al universo creativo infantil con la acidez dada por las inscripciones de las que se acompañan, contundentes y frecuentemente en inglés. No podemos contemplar sus trabajos de forma lineal en las muestras que protagoniza, dado que muchas veces se exhiben en un orden casi caótico o semiocultos, invitando al espectador a esforzarse en buscarlos en huecos como enchufes, alarmas o recovecos próximos al techo, aprovechando el potencial expresivo de estos espacios habitualmente desaprovechados. En cierto modo, la escala en la que trabaja no deja de recordarnos que el arte, pudiendo ser un divertimento, no lo es.
